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Capítulo 6: Tras la máscara de la princesa
Fingí comportarme con normalidad, al igual que ella. Era un
auténtico juego de engaños. Y afortunadamente, yo jugaba mejor que ella.
Perdida estaba toda nuestra confianza anterior.
Una de aquellas tardes en su habitación se disculpó un momento
para ir al baño. Yo, tumbada en su cama, me recosté sobre la pared. Y al apoyar
la cabeza, escuché un sonido hueco.
Palpé la pared, sorprendida, hasta desprender una de las placas
de madera. Descubrí un agujero de aspecto descuidado. Pero no tenía tanto polvo
como debería, lo que quería decir que alguien lo había abierto recientemente.
Vi un libro escondido en un rincón y lo saqué. Comencé a hojearlo. Era el
diario de Kina.
Al principio todo parecía normal, pero al llegar a la mitad
comencé a asustarme, sin dar crédito a mis ojos.
Así que eso era lo que ocurría. Kina pensaba que debíamos
separarnos… para siempre.
Una oleada de calor me recorrió de arriba abajo y se me
encendieron las mejillas.
Todo el dolor, la pena y la ira que había albergado tras la
marcha de mi madre, que más tarde había reprimido y escondido en mi corazón hasta
olvidarme de ella, explotaron en aquel mismo instante.
De nuevo la sensación de abandono, de tristeza y de enfado recorrió
mi ser como un río de llamas. Y a ella se unió un nuevo sentimiento: el de
repugnancia.
Primero mi madre, ahora Kina. No lo aguantaba. Después de haber
hecho todo por ella, de apoyarla por absurda que fuera su opinión, me dejaba
así. Y encima no tenía el valor para decírmelo a la cara. Monté en cólera.
Aquello había ido demasiado lejos. Con fría determinación, recogí
todo para que Kina no me descubriera. Calmé mi corazón rugiente y recuperé la
habitual palidez de mi piel. Luego esbocé la más deslumbrante de mis sonrisas
para recibir a mi ‘mejor amiga’.
Ahora sí que se enteraría de quién era yo. Era hora de que la
rosa fuera cortada. O estrangulada.
Nadie me volvería a
humillar.
Capítulo 7: No digas que no te lo advertí
La pequeña princesita no se daba cuenta de nada. Entonces decidí
que era hora de empezar a divertirme. Comencé a mirarla con sadismo, aunque
ella no conocía siquiera el significado de esa palabra. También volvimos a
vernos mucho, sí, pero estando a solas y sin testigos. Poco a poco fui
alimentando la semilla del miedo que había plantado en su interior. Y aproveché
para acentuar esa sonrisa torcida tan común en mí, extendiéndola de forma
perturbadora.
Y llegó el día en que ella cometió ese pequeño desliz que lo
precipitó todo.
Estábamos en el centro comercial, en la tienda de música, cuando
todo ocurrió.
Entró un chico de nuestra edad y se puso a investigar entre los
CD. El chico en cuestión era, hay que admitirlo, muy guapo. Tenía el pelo negro
azabache y unos ojos serios de color gris tormentoso. No pude evitar quedármelo
mirando un buen rato con curiosidad.
Kina advirtió aquel gesto y se dirigió hacia él. Recuerdo
exactamente las palabras que pronunció;
-Eh, ¿qué tal?- hizo una pausa.- ¿Ves a mi amiga, esa chica de
ahí? Pues resulta que le gustas.
Aparté la vista avergonzada. Y entonces recordé todo lo que me
había hecho antes de aquello. La miré con odio y le dije con voz fría;
-Kina, yo te mato.
Me resulta terriblemente interesante la historia desde el punto de vista de Inés, casi fascinante (xD). Sin duda las cosas se han acelerado ahora. O_O
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